La voluntad de Dios, es su amor expresado en nosotros y a través de nosotros. «El amor a Dios quita el amor propio, así como por el contrario el amor propio oscurece o anula el amor a Dios». (Fray Diego de Estella).
La mayoría de la gente pretende andar por estos dos caminos y por eso no alcanzan el fin de ninguno. Intentan avanzar con un pie en uno de ellos y otro pie en el contrario y naturalmente no pueden progresar por ninguno ¡y se sorprenden!
Merecen que se les diga como hacía el profeta a los que andan así: ¿Para qué discurres tanto cambiando tus caminos? (Jeremías 2:36). No más vacilación, no más titubeos. Es decir a Dios con decisión: Conozco, Señor, que el hombre no es el dueño de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos. (Jeremías 10:23).
Es pues, Dios, el diseñador y dueño de nuestras vidas, nuestros caminos y nuestras circunstancias. Podemos asumir y creer que en descanso y en reposo seremos salvados; en quietud y en confianza será nuestra fortaleza. (Isaías 30:15). Jesús enseñó para nuestra perfecta paz: «Hágase tu voluntad como en el cielo así también en la tierra». (Mateo 6:10).
Cuando oramos así ¿qué estamos diciendo, sino que no sólo en el cielo y en la tierra, en nosotros mismos que vivimos tanto en una como en otra dimensión, también se cumpla su voluntad? Nuestro propio deseo lo contamina todo, y nos lleva a la desgracia y al dolor, y sólo negándonos conscientemente a ese nocivo querer es como vamos derechos por el camino de Dios (R. TAGORE).
¿O es que con nuestro poder podemos impedir que en la India , en África, o en parte alguna suceda lo que sucede o se haga algo distinto? Dijo Jesús: ¿Y quién de vosotros podrá por mucho que se afane aumentar su estatura un solo codo? (Mateo 6:27).
Los afanes y terquedades son causa de discordias y enemistades, porque «si uno no quiere, dos no riñen”, como dice la sabiduría popular. Pues si esto dice la experiencia falible del hombre, ¿no será mejor aún, y además concordante con nuestro propio beneficio, la enseñanza de Cristo? Él dice: No resistáis al malo. (Mateo 5:39)
La inmensa mayoría de males provienen a causa de nimiedades sostenidas con terquedad. Si no resistimos no hay riña. El apóstol Pablo recomienda vivamente a los suyos: No seáis sabios en vuestra propia opinión...
Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, sino dejad lugar a la ira de Dios porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. (Romanos 12:16, 18, 19, 21).
Con la mansedumbre ante Dios y el prójimo se abaten odios, se apagan rencillas, se suavizan las relaciones entre los hombres y se da lugar al reino de la paz. En él todo trabajo sosegado fructifica con las bendiciones del Padre.
Cristo nos dio ejemplo con sus palabras y hechos. No fue hallada mentira en su boca. ¿No hemos de creerlo? ¿No tenemos sus discípulos que andar como él anduvo? (1ª Juan 1:6). Hay muchos que dicen constantemente: « ¡Quiero, quiero!» ¡Qué palabras más nocivas y qué mortal equivocación! ¡Tanto querer!
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