jueves, 26 de enero de 2012

NUESTRA PARTE


Y no se trata de que no hagamos proyectos y nos esforcemos. Por supuesto que sí, y eso es lo que nos corresponde hacer a nosotros. Pero en adelante dejamos todo a la voluntad de Dios. Y Él sabe manejar y juzgar lo bueno y lo malo. El penetra hasta lo más hondo de las intenciones aun ignoradas por nosotros mismos.

No sólo lo malo, sino lo que muchas veces tenemos por bueno y sin embargo está contaminado de amor propio, de egoísmo y de la vanidad del aplauso mundano. Dios sabe lo que hace (y lo sabe muy bien); ¿a qué devanarnos la cabeza con tanta disquisición, tanta filosofía y tanta discusión? Algunos hasta se creen que han descubierto algo. Todo está preordenado y, ante Dios, también consumado.

«Si quieres puedes», dijo el leproso a Jesús. Si nosotros decimos lo mismo que este desgraciado, Jesús nos responde siempre: «Quiero, sé limpio» (Mateo 8:2). Ese querer de Cristo, y no el nuestro, es el salvador y consolador.

El nuestro sólo es desgracia. ¡Tanta casuística, tanta teología, tanta complicación! El amor a sí mismo en esas condiciones es falso amor. Hace al hombre creer en su excelencia. Excelencia, que la muerte apaga como una cerilla al viento.

Le parece, que las cosas que a él le suceden, son absolutamente únicas y singulares porque sólo él las percibe. Eso cree. Y también cree que a nadie más le pueden suceder. ¿Quién puede ser como él?

¿Quién otro puede ser autor de tan altos pensamientos, de tan altas reflexiones y proyectos? Es sabio en su propia opinión (Proverbios 3:7). Pero la Biblia dice: «Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus veredas». (Proverbios 3:5). ¡Si es que La Escritura es tan interpelante!

Al arrogante y pagado de sí mismo, se le podrá ilustrar con algunos cortos ejemplos. Los esquimales, cuando quieren zaherir al borracho o perezoso... le llaman «hombre blanco». Para ellos el hombre blanco es lo más despreciable borracho e inmoral. Así que nuestra arrogancia con ellos no nos vale nada.

En La India, un individuo miserable que no lleva apenas vestido, y quizás con más de un día de ayuno forzado por su extrema pobreza, no consentiría acercarse a ti, ni siquiera que tu sombra le tocara, pues su dignidad se sentiría contaminada por ella.

¿Que es cuestión de «moral geográfica»? Para él no. Es de la casta brahmán, y es su moral. Tan buena como la de cualquiera, y llevada a cabo con más lealtad que la de los occidentales, arrogantes y fariseos con la suya. ¿Cuántas «morales», hay en el Occidente llamado «cristiano"? Cada cual se siente un Sócrates, y su criterio (él no sabe que no lo tiene), es el que impone de cualquier manera.

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