jueves, 29 de marzo de 2012

VER MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE INMEDIATO

                                              EL GENERAL JOLD, FIRMANDO LA RENDICIÓN DE ALEMANIA


Sucede que los paganos miran sólo la superficie y el instante de los acontecimientos, y quedan anonadados y aplastados por cualquier contratiempo y dificultad. Luchan y se debaten porque ignoran el misterio de Dios, y sólo aciertan a ver lo que tienen delante de sus ojos. Viven desconcertados porque no saben, ni pueden, profundizar en el interior de los eventos, de su concatenación y de su fin, que son clarísimos en la mente de Dios.

Ignorando todo lo que va más allá del suceso y el momento en que se produce, hacen juicios y dicen palabras necias y dañosas para sí mismos. Sólo el hombre de Dios, ve más allá de lo inmediato, y contempla todo el panorama desde la luminosa penumbra de la fe.

Sabe que todo está enlazado en una cadena misteriosa, y que la adversidad de hoy tal vez sea el principio de bienes posteriores, incomparablemente superiores a los que pierden en tan adverso momento.

De la misma manera, hay otros que al tener de cara y favorablemente todos los asuntos que emprenden, van sin notarlo a un seguro desastre. Al desastre del pagano. Sabemos de personas dotadas de carácter y cualidades personales excepcionales, que pasaron su vida oscura y anodina.

Otros muchos, en cambio, fueron sacudidos por algún evento desfavorable que fue el inicio de su desarrollo óptimo años después y que ellos, en aquel momento tan triste, ni se atrevían a imaginar. Konrad Adenauer, a los sesenta años, no tenía trabajo ni medios de subsistencia. Sufrió prisión y riesgo grave de morir ejecutado.

En aquella época en que su porvenir parecía de lo más negro y triste, en el apogeo de La Alemania Nazi, ¿cómo podía imaginar que a pesar de su edad y su situación, dirigiría por largos años el destino de su nación?

Pero así aconteció. Aquel hombre que en el año 1944, podía ser eliminado en la cárcel por cualquiera al que molestara su rostro, a partir del año 1949 fue canciller durante catorce años, y murió a los noventa y uno.

En cambio, todo lo contrario sucedió a sus angustiadores. Sólo tres ejemplos. El capitán general Alfred Jold, jefe del Estado Mayor del poderoso ejército alemán, decía días antes de ser ahorcado, tras haber sido juzgado en el histórico juicio de Núremberg: «¿Por qué he nacido?»,

Contemplando meditabundo una fotografía de su madre y de él cuando era niño. «Mejor dicho -añadió- ¿por qué no morí en aquella edad? ¡Cuántas cosas me hubiera ahorrado! ¿Para qué he vivido?»

Esto pensaba y decía. Atrás habían quedado, tras la guerra, sesenta millones de muertos, e incontables e indescriptibles tragedias y sufrimientos, muerte y desolación. Él sólo había sido, y entonces lo comprendió, una pieza más de la inmensa máquina de la guerra. Como todos. Si no hubiera sido él, habría sido otro.  


domingo, 25 de marzo de 2012

LA CLARABOYA DE LA FE

 


Cuando todo lo que nos rodea es un torbellino de angustia y temor, de apremios y confusión mental; cuando todo nos traiciona y abandona, ¿en quién encontraremos consuelo y poder para superar tanta dificultad? No queda otra salida que seguir la luz de la fe. La claraboya de la fe.

Hay veces en que, a pesar de mi veteranía, me encuentro decaído e irritado. Se oscurece mi horizonte. «Enfermedad mía es ésta», digo para mí (Jeremías 10). Pero conozco a un buen amigo creyente que es ciego.

Le llamo, le visito, y no encuentro en él ninguna filosofía, consejo o teología al uso de los amigos de Job. Simplemente hablamos, y su serenidad y su fe me reconfortan de tal modo que al salir de su casa me encuentro consolado y relajado.

En nuestros encuentros lo que menos cuenta es la altura teológica que alcanzamos, con ser esto un factor tan importante. Siento que Dios me interpela a través de aquellos ojos sin vista ante los cuales me expreso y gesticulo, como si no estuviera ante los ojos de un ciego.

Sé que él también encuentra restauración en nuestras reuniones y en mi compañía, pero lo que para mí es más importante es la paz que me comunica en la aceptación consciente y doliente de su situación. «Dios habla a sus hijos de muchas maneras» (Hebreos 1:1).

Para mí, ésta es una de ellas. En la lucha y la brega de la vida hay que entender que, al lado de nuestras carencias, conviven tantos y tantos dones de Dios que sólo cabe decir: “Padre, tú permites esto”. Yo no tengo nada que añadir. No tengo nada más que saber.

Tanto yo como las circunstancias que me rodean formamos parte de todo tu plan, de todo tu designio eterno. Callo, pues, y espero confiado. Esto que me sucede pasará, como pasa todo. ¡Tú estás ahí; muy cerca!

Sabes lo que siento; sabes que no soy dueño ni de mis pensamientos ni de mis reacciones pero, estando Tú, estoy tranquilo y pacificado. Te alabo y te doy gracias por contar conmigo. “Gracias por el tesoro de paz que me concedes y que llena mi ser entero”.

Y entiendo que aunque es Padre, o por que lo es, consiente o determina, precisamente por ello, que a sus hijos les sobrevengan pruebas y dificultades. Consiente que seamos desechados, criticados y «que estemos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados... para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2ª Corintios 4:8-11).

SOLO HAY UN PODER



El Señor se atiene a su propio gobierno y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma y lugar entre sí por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede, pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura, y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito y el poder que lo ha hecho posible, es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19).

Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado, del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

Delante de Él estamos continuamente, y Él sabe todo lo que hay en todo. «Ni un solo pajarillo cae sin el Padre» (Mateo 10:29). Las gentes no conocen nada más que una visión muy corta, estrecha, parcial y condicionada de la realidad. Los creyentes vemos nítidamente en la oscuridad de la fe, que es lo que nos da confianza y paz. «Sin la fe, es imposible agradar a Dios» y enfrentar con paz y seguridad los problemas de la vida (Hebreos 11:6).

La fe es el único camino sosegado, la única manera de vivir con sentido de eternidad, la única consolación, el único alivio que nos queda. Y esto es lo que agrada a Dios. La fe, paradógicamente es la absoluta seguridad.

DESIGNIO DE DIOS



El Señor se atiene a su propio gobierno y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma y lugar entre sí por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede, pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura, y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito y el poder que lo ha hecho posible, es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19).

Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado, del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

Delante de Él estamos continuamente, y Él sabe todo lo que hay en todo. «Ni un solo pajarillo cae sin el Padre» (Mateo 10:29). Las gentes no conocen nada más que una visión muy corta, estrecha, parcial y condicionada de la realidad. Los creyentes vemos nítidamente en la oscuridad de la fe, que es lo que nos da confianza y paz. «Sin la fe, es imposible agradar a Dios» y enfrentar con paz y seguridad los problemas de la vida (Hebreos 11:6).

La fe es el único camino sosegado, la única manera de vivir con sentido de eternidad, la única consolación, el único alivio que nos queda. Y esto es lo que agrada a Dios. La fe, paradógicamente es la absoluta seguridad.

viernes, 23 de marzo de 2012

¿FATALIDAD O GOBIERNO DE DIOS?

Rodolfo Valentino


Aunque la higuera no florezca
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el aceite del olivo
y los labrados no den mantenimiento
... con todo, yo me alegraré en el Señor,
 y me gozaré en el Dios de mi salvación.

(Habacuc 3:17, 18)


Todos tenemos, en puridad, algo de qué quejamos a cuenta de nuestra presencia física o de nuestro carácter. Pocos hay que se sientan totalmente satisfechos y sin defectos, a menos que sean unos insufribles petulantes.

Tengamos el defecto físico o psíquico que sea, lo cierto es que cada uno de nosotros puede vivir con el suyo. Naturalmente no es de nuestro gusto, pero en la mayoría de los casos aprendemos a convivir con él, y tarde o temprano nos acostumbramos a él. Hasta podemos, a veces, sacar partido de algún defecto o carencia.

De Rodolfo Valentino, el famoso actor de los años veinte, se decía que su fascinante personalidad se basaba, sobre todo, en el ligero estrabismo que padecía. En palabras más rudas, que era bisojo; bizco. Parece ser que ello fue el detonante de su gran fama mundial entre las más famosas estrellas del cine naciente en su tiempo.

Sólo hay que preguntar a las señoras que fueron jóvenes en la época en que actuaba. Su estrabismo y su rostro, ligeramente afeminado, fueron de gran atractivo para las mujeres. Baste decir que dos de ellas se suicidaron al serles comunicada la noticia de su muerte.

Posiblemente, de no haber sido por su defecto que tanto le favorecía, tal vez hubiese pasado su vida anónima como vendedor de golosinas en cualquier sala de cine en las que se proyectaran películas protagonizadas por otros actores. Su defecto fue su éxito.

Sea o no esto así, el caso cierto es que vivimos sujetos y constreñidos a los condicionamientos que la vida dispensa a cada uno. Aparentemente las cosas pasan «porque sí», se dice entre las gentes y «porque sí» suceden los desastres, las injusticias y el mundo sigue «rodando». Todos tenemos que morir, se dice siempre, pero jamás se acepta si se aplica a uno mismo o a los suyos.

El esclavo sigue esclavo, el enfermo sigue enfermo y un tifón, rayo o terremoto no se somete a nadie. Dios hace su obra y ella actúa dentro de las leyes que El le marca, aunque siendo soberano no tiene por qué sujetarse, necesariamente, a ellas.

La creación pertenece y se sujeta a Dios, y no al contrario. Si Él quiere, puede cambiar cualquier devenir, hacer o no hacer. En la onda de la fe, sabemos que nada hay imposible para Dios. Esta afirmación tan verdadera, adecuadamente meditada nos da la constatación de lo que Dios es y cuál es nuestra posición ante él.

sábado, 10 de marzo de 2012

¿QUEREMOS LUCHAR CONTRA DIOS? ¿SOMOS MÁS FUERTES QUE ÉL?


                      ¿Quién puede medir la felicidad de nadie? «Porque el hombre tampoco conoce su tiempo» (Eclesiastés 9:12). Cuando la confianza acompaña a la adversidad, podemos decir: «Brillará de nuevo el lucero de la mañana sobre esta oscuridad y negrura que me envuelve ahora. El día ya despunta, y la aurora ya se anuncia. Solamente esperar».

Y te invade la paz y la seguridad más pura y sublime aun caminando en la noche oscura del alma y entre la horrísona tempestad de los aconteceres adversos. Sólo la fe ilumina con luz cierta y permanece inmutable como don divino que es. Que se haga como Dios dispone. Esto es lo bueno, lo que consuela, y ahí está la grandeza de la fe.

En cambio, ¡Ay! del que escupe con rencor irreverente ¿Porqué a mí? Si es creyente ya lo sabe y no tiene por qué preguntar ni rebelarse. El Señor así lo ha dispuesto; basta con eso. Sí no lo es, no tiene derecho a culpar (porque es un contrasentido) a alguien del cual dice que no existe, y por lo tanto entréguese al «hado fatal» y viva si quiere continuamente en la oscuridad. Nosotros los cristianos no vivimos así. Alabemos a Dios que nos provee de otra vida tan distinta.

«El creyente sabe que su rumbo en la vida es uno que le conduce al Cielo; que su camino terreno ha sido preordenado para él personalmente y que, por tanto, es un buen camino. Aunque no comprenda todos los detalles puede mirar confiadamente hacia el futuro aun en medio de las adversidades, ya que sabe que su destino eterno está asegurado y lleno de bendiciones y que nada ni nadie puede despojarle de este inapreciable tesoro.

Además sabe que una vez terminado su peregrinaje podrá mirar atrás y ver que cada suceso de su vida fue preparado por Dios con un propósito particular y se sentirá agradecido por haber sido conducido a través de todas sus experiencias personales. El día vendrá cuando a todos los que le afligieron o persiguieron podrá decir, como José a sus hermanos: «Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien» (Génesis 50:20).

Dios alto y sublime se interesa en sus más mínimos sucesos que los hombres llaman casualidad, suerte o azar. Cuando una persona se siente y reconoce escogida por el Señor, y sabe que cada uno de sus actos tiene un significado eterno comprende con mayor claridad cuan trascendente es su vida.

Por consiguiente, siente una nueva y poderosa determinación de hacer todo lo que redunde en la gloria de Dios. Además sabe que aun el diablo y los hombres impíos no importa cuántos males traten de infligir, no sólo son refrenados por el Señor, sino compelidos a hacer la voluntad de Dios (Lorraine. BOETNER y otros).

 El muro de la realidad es penetrado por medio de la fe y Dios se encarga de que aun aquí gocemos de la paz, según las suaves orientaciones del Espíritu Santo, porque así dice el Señor: «Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:9).