viernes, 23 de marzo de 2012

¿FATALIDAD O GOBIERNO DE DIOS?

Rodolfo Valentino


Aunque la higuera no florezca
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el aceite del olivo
y los labrados no den mantenimiento
... con todo, yo me alegraré en el Señor,
 y me gozaré en el Dios de mi salvación.

(Habacuc 3:17, 18)


Todos tenemos, en puridad, algo de qué quejamos a cuenta de nuestra presencia física o de nuestro carácter. Pocos hay que se sientan totalmente satisfechos y sin defectos, a menos que sean unos insufribles petulantes.

Tengamos el defecto físico o psíquico que sea, lo cierto es que cada uno de nosotros puede vivir con el suyo. Naturalmente no es de nuestro gusto, pero en la mayoría de los casos aprendemos a convivir con él, y tarde o temprano nos acostumbramos a él. Hasta podemos, a veces, sacar partido de algún defecto o carencia.

De Rodolfo Valentino, el famoso actor de los años veinte, se decía que su fascinante personalidad se basaba, sobre todo, en el ligero estrabismo que padecía. En palabras más rudas, que era bisojo; bizco. Parece ser que ello fue el detonante de su gran fama mundial entre las más famosas estrellas del cine naciente en su tiempo.

Sólo hay que preguntar a las señoras que fueron jóvenes en la época en que actuaba. Su estrabismo y su rostro, ligeramente afeminado, fueron de gran atractivo para las mujeres. Baste decir que dos de ellas se suicidaron al serles comunicada la noticia de su muerte.

Posiblemente, de no haber sido por su defecto que tanto le favorecía, tal vez hubiese pasado su vida anónima como vendedor de golosinas en cualquier sala de cine en las que se proyectaran películas protagonizadas por otros actores. Su defecto fue su éxito.

Sea o no esto así, el caso cierto es que vivimos sujetos y constreñidos a los condicionamientos que la vida dispensa a cada uno. Aparentemente las cosas pasan «porque sí», se dice entre las gentes y «porque sí» suceden los desastres, las injusticias y el mundo sigue «rodando». Todos tenemos que morir, se dice siempre, pero jamás se acepta si se aplica a uno mismo o a los suyos.

El esclavo sigue esclavo, el enfermo sigue enfermo y un tifón, rayo o terremoto no se somete a nadie. Dios hace su obra y ella actúa dentro de las leyes que El le marca, aunque siendo soberano no tiene por qué sujetarse, necesariamente, a ellas.

La creación pertenece y se sujeta a Dios, y no al contrario. Si Él quiere, puede cambiar cualquier devenir, hacer o no hacer. En la onda de la fe, sabemos que nada hay imposible para Dios. Esta afirmación tan verdadera, adecuadamente meditada nos da la constatación de lo que Dios es y cuál es nuestra posición ante él.

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