sábado, 10 de marzo de 2012

¿QUEREMOS LUCHAR CONTRA DIOS? ¿SOMOS MÁS FUERTES QUE ÉL?


                      ¿Quién puede medir la felicidad de nadie? «Porque el hombre tampoco conoce su tiempo» (Eclesiastés 9:12). Cuando la confianza acompaña a la adversidad, podemos decir: «Brillará de nuevo el lucero de la mañana sobre esta oscuridad y negrura que me envuelve ahora. El día ya despunta, y la aurora ya se anuncia. Solamente esperar».

Y te invade la paz y la seguridad más pura y sublime aun caminando en la noche oscura del alma y entre la horrísona tempestad de los aconteceres adversos. Sólo la fe ilumina con luz cierta y permanece inmutable como don divino que es. Que se haga como Dios dispone. Esto es lo bueno, lo que consuela, y ahí está la grandeza de la fe.

En cambio, ¡Ay! del que escupe con rencor irreverente ¿Porqué a mí? Si es creyente ya lo sabe y no tiene por qué preguntar ni rebelarse. El Señor así lo ha dispuesto; basta con eso. Sí no lo es, no tiene derecho a culpar (porque es un contrasentido) a alguien del cual dice que no existe, y por lo tanto entréguese al «hado fatal» y viva si quiere continuamente en la oscuridad. Nosotros los cristianos no vivimos así. Alabemos a Dios que nos provee de otra vida tan distinta.

«El creyente sabe que su rumbo en la vida es uno que le conduce al Cielo; que su camino terreno ha sido preordenado para él personalmente y que, por tanto, es un buen camino. Aunque no comprenda todos los detalles puede mirar confiadamente hacia el futuro aun en medio de las adversidades, ya que sabe que su destino eterno está asegurado y lleno de bendiciones y que nada ni nadie puede despojarle de este inapreciable tesoro.

Además sabe que una vez terminado su peregrinaje podrá mirar atrás y ver que cada suceso de su vida fue preparado por Dios con un propósito particular y se sentirá agradecido por haber sido conducido a través de todas sus experiencias personales. El día vendrá cuando a todos los que le afligieron o persiguieron podrá decir, como José a sus hermanos: «Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien» (Génesis 50:20).

Dios alto y sublime se interesa en sus más mínimos sucesos que los hombres llaman casualidad, suerte o azar. Cuando una persona se siente y reconoce escogida por el Señor, y sabe que cada uno de sus actos tiene un significado eterno comprende con mayor claridad cuan trascendente es su vida.

Por consiguiente, siente una nueva y poderosa determinación de hacer todo lo que redunde en la gloria de Dios. Además sabe que aun el diablo y los hombres impíos no importa cuántos males traten de infligir, no sólo son refrenados por el Señor, sino compelidos a hacer la voluntad de Dios (Lorraine. BOETNER y otros).

 El muro de la realidad es penetrado por medio de la fe y Dios se encarga de que aun aquí gocemos de la paz, según las suaves orientaciones del Espíritu Santo, porque así dice el Señor: «Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:9).

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