domingo, 13 de mayo de 2012

JUVENTUD DERROCHADA



Las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para los verdaderos hijos de Dios, sino la actitud hacia ellas en su espíritu y en su mente. Todo lo ponderan con criterios sabios de discernimiento espiritual, a la luz de la Palabra de Dios, y las interpretan consecuentemente.

Saben que forman parte de toda una inmensa realidad eterna donde todo es cuidadosamente pesado y calibrado; tienen su porqué y para qué, y no necesitan saber más.

Hoy vivimos tan pendientes de lo que piensan las gentes de nosotros que hacemos de nuestras vidas una continua esclavitud. La gente se abstiene de muchas cosas realmente necesarias y que no pueden adquirir, y en cambio de una sola vez, por un compromiso o fiesta, gastan en «prestigio» y apariencias lo que fácilmente les hubiera proporcionado aquello que verdaderamente necesitan.

Ahorran en alimentos, cultura, etc., y en un día, todo lo derrochan para tratar de impresionar a los demás. De ahí surgen discrepancias y apuros en las familias, pero, tercamente, las gentes se auto-flagelan con estas vanidades.

Todo, para que la imagen que quieren proyectar de sí mismas no se deteriore. Y si por cualquier motivo esto se desmorona, ya vemos a las gentes descompuestas y desesperadas, redoblando esfuerzos para recuperar... ¡la imagen!

« ¡Pobre separado/a!», dicen todos de ese hombre/mujer que ha sido cruelmente calumniado, burlado y despojado por su infiel esposa/o. Ni siquiera a sus hijos puede visitar. Pero aquella sacudida le sirvió para echar fuera de él la vanidad y la falsa confianza en el ser humano Aprendió circunspección y serenidad.

Meditó sobre lo efímero de eso que llaman felicidad mundana y, convertido al Señor, fue posteriormente creyente destacado y considerado por donde quiera que iba.

La gente, todavía hoy, lo mira con extrañeza, pero con un respeto y un reconocimiento especial. Tal vez le consideran desgraciado, siendo como es el más sereno, dichoso y esperanzado. ¿Qué saben ellos de su interior?

¿Qué pueden juzgar, si no conocen éste y, por lo tanto, sólo miran lo superficial y no lo sustancial que le capacita para la dicha y la serenidad, y que ellos ni tienen ni sospechan que se pueda poseer?

Ellos son, a fin de cuentas, los dignos de compasión, y no él. Carecen de la riqueza espiritual que él tiene con tanta abundancia, y no pueden percibir los consuelos y el envidiable estado de paz en que este hombre vive.

El hombre de fe es siempre una continua fuente de sorpresas y misterio para todos en su porte y en su hablar. Es comprendido por el Señor, y él lo sabe. Y siendo así, ¿qué importa lo demás?

Entre los hombres sólo es comprendido a la perfección por el que goza de la misma fe en Cristo, la misma confianza en Dios; la búsqueda espiritual. Las gentes no entienden su serenidad y humor, ni su humildad y gentileza a pesar de su situación. Hasta suelen considerarlo lerdo o inconsciente, pero ¡qué saben ellos!

sábado, 12 de mayo de 2012

SOLO HAY PAZ EN CRISTO


Las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para los verdaderos hijos de Dios, sino la actitud hacia ellas en su espíritu y en su mente. Todo lo ponderan con criterios sabios de discernimiento espiritual, a la luz de la Palabra de Dios, y las interpretan consecuentemente.

Saben que forman parte de toda una inmensa realidad eterna donde todo es cuidadosamente pesado y calibrado; tienen su porqué y para qué, y no necesitan saber más.

Hoy vivimos tan pendientes de lo que piensan las gentes de nosotros que hacemos de nuestras vidas una continua esclavitud. La gente se abstiene de muchas cosas realmente necesarias y que no pueden adquirir.

En cambio de una sola vez, por un compromiso o fiesta, gastan en «prestigio» y apariencias lo que fácilmente les hubiera proporcionado aquello que verdaderamente necesitan.

Ahorran en alimentos, cultura, etc., y en un día, todo lo derrochan para tratar de impresionar a los demás. De ahí surgen discrepancias y apuros en las familias, pero, tercamente, las gentes se auto-flagelan con estas vanidades.

Todo para que la imagen que quieren proyectar de sí mismas no se deteriore. Y si por cualquier motivo esto se desmorona, ya vemos a las gentes descompuestas y desesperadas, redoblando esfuerzos para recuperar... ¡la imagen!

«¡Pobre separado!», dicen todos de ese hombre que ha sido cruelmente calumniado, burlado y despojado por su infiel esposa. Ni siquiera a sus hijos puede visitar.

Aquella sacudida le sirvió para echar fuera de él la vanidad y la falsa confianza en el ser humano Aprendió circunspección y serenidad.

Meditó sobre lo efímero de eso que llaman felicidad mundana y, convertido al Señor, fue posteriormente creyente destacado y considerado por donde quiera que iba.

La gente, todavía hoy, lo mira con extrañeza, pero con un respeto y un reconocimiento especial. Tal vez le consideran desgraciado, siendo como es el más sereno, dichoso y esperanzado. ¿Qué saben ellos de su interior?

 ¿Qué pueden juzgar, si no conocen éste y, por lo tanto, sólo miran lo superficial y no lo sustancial que le capacita para la dicha y la serenidad, y que ellos ni tienen ni sospechan que se pueda poseer?

Ellos son, a fin de cuentas, los dignos de compasión, y no él. Carecen de la riqueza espiritual que él tiene con tanta abundancia, y no pueden percibir los consuelos y el envidiable estado de paz en que este hombre vive.

El hombre de fe es siempre una continua fuente de sorpresas y misterio para todos en su porte y en su hablar. Es comprendido por el Señor, y él lo sabe. Y siendo así, ¿qué importa lo demás?

Entre los hombres sólo es comprendido a la perfección por el que goza de la misma fe en Cristo, la misma confianza en Dios; la búsqueda espiritual.

Las gentes no entienden su serenidad y humor, ni su humildad y gentileza a pesar de su situación. Hasta suelen considerarlo lerdo o inconsciente, pero ¡qué saben ellos!

LOS CONDENADOS DE NÜREMBERG



Ninguno de los jerarcas nazis dominó ni un solo momento de su vida, porque el «gran río» les llevó a todos en sus caudalosas aguas. Pensaron que eran importantes y comprobaban, ya demasiado tarde, que había, sido, ni más ni menos, como uno cualquiera más de aquel horrible tinglado.

Después del juicio y condena consiguientes, cada uno de los condenados responsables de innumerables hecatombes, hizo su frase. Todas nos dicen lo mismo. Ellos eran piezas y no otra cosa; así decían. Pero unos años antes se creyeron semidioses, por encima del bien y del mal y, consecuentemente, así actuaron.

Al final, sus frases eran éstas. Wilhelm Keitel, capitán general: «He creído, me he equivocado y no pude impedir lo que hubiera debido ser evitado». ¡No pudo! Ernst Kaltenbrunner, responsable del exterminio de millones de judíos: «Yo no podía erigirme en juez de mis superiores... Todos creyeron en un hombre, semidiós para ellos.

Kaltenbrunner dijo: Si cumplía órdenes que fueron dadas por otros, lo hice siempre en el marco de un destino muy superior al mío, que me arrastraba con todas sus fuerzas» ¡No podía; un destino superior, etc.!

Al cabo, todos llegaron a una misma conclusión. De una u otra manera, y reconocido de una u otra forma, eran títeres, los que poco antes se creían dioses y como tales actuaban.

No podemos juzgar a nadie; sólo hechos, y éstos por muy conocidos. Napoleón no cabía en Europa y le sobró mucho espacio en el destierro de la isla de Santa Elena. Otros llegaron casi al límite de su ambición, pero, o están bajo tierra, o en algún monumento y son desconocidos y pisados por todos.

La fuerza del universo animado y dirigido por su Creador se impone indiscutiblemente y ninguna criatura, por muy ensalzada que sea por el hombre, deja de ser una mota de polvo que a lo sumo realiza, sin saberlo, actos que ya están determinados exacta y minuciosamente desde la eternidad.

Así comprendido, podremos decir los creyentes: « Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti » (Salmo 65:4). Entre todas las gentes que conocemos, no son más felices o realizados los que parecen tener más holgura económica, más dones, más popularidad. Una mano invisible, poderosa e inteligente, gobierna el devenir de los hombres tanto como individuos, como colectivo.

Insertos en un mundo en donde nos sentimos y somos efímeros, vemos que no es posible dominar lo que sucede alrededor, ni en nosotros mismos. El universo nos parece quieto y estático, desde la perspectiva de nuestra corta existencia.

Si lo contemplamos desde la historia, vemos cuán cambiante y repetitivo es. Se dice que la historia es la repetición de los hechos: basta contemplar las ilustraciones de un libro de historia para comprobar este aserto. Horrores perpetrados por el Reich (imperio) alemán del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei. Partido nacionalsocialista alemán de los Trabajadores. ¡Y me llaman nazi a mí! 
Los grandes hombres y los grandes imperios del pasado ya desaparecieron y sólo algunos de sus nombres figuran en algunos libros de historia, pero son prácticamente desconocidos y ajenos a toda la humanidad. ¡Sic transit gloria mundi!

¿Cuántos hay sumamente desgraciados, con un bagaje de dones enorme? Y hay muchos que, en su espíritu, son tremendamente dichosos y pacificados, aun siendo especialmente acosados por la adversidaden sus vidas o en sus capacidades de toda índole..

jueves, 29 de marzo de 2012

VER MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE INMEDIATO

                                              EL GENERAL JOLD, FIRMANDO LA RENDICIÓN DE ALEMANIA


Sucede que los paganos miran sólo la superficie y el instante de los acontecimientos, y quedan anonadados y aplastados por cualquier contratiempo y dificultad. Luchan y se debaten porque ignoran el misterio de Dios, y sólo aciertan a ver lo que tienen delante de sus ojos. Viven desconcertados porque no saben, ni pueden, profundizar en el interior de los eventos, de su concatenación y de su fin, que son clarísimos en la mente de Dios.

Ignorando todo lo que va más allá del suceso y el momento en que se produce, hacen juicios y dicen palabras necias y dañosas para sí mismos. Sólo el hombre de Dios, ve más allá de lo inmediato, y contempla todo el panorama desde la luminosa penumbra de la fe.

Sabe que todo está enlazado en una cadena misteriosa, y que la adversidad de hoy tal vez sea el principio de bienes posteriores, incomparablemente superiores a los que pierden en tan adverso momento.

De la misma manera, hay otros que al tener de cara y favorablemente todos los asuntos que emprenden, van sin notarlo a un seguro desastre. Al desastre del pagano. Sabemos de personas dotadas de carácter y cualidades personales excepcionales, que pasaron su vida oscura y anodina.

Otros muchos, en cambio, fueron sacudidos por algún evento desfavorable que fue el inicio de su desarrollo óptimo años después y que ellos, en aquel momento tan triste, ni se atrevían a imaginar. Konrad Adenauer, a los sesenta años, no tenía trabajo ni medios de subsistencia. Sufrió prisión y riesgo grave de morir ejecutado.

En aquella época en que su porvenir parecía de lo más negro y triste, en el apogeo de La Alemania Nazi, ¿cómo podía imaginar que a pesar de su edad y su situación, dirigiría por largos años el destino de su nación?

Pero así aconteció. Aquel hombre que en el año 1944, podía ser eliminado en la cárcel por cualquiera al que molestara su rostro, a partir del año 1949 fue canciller durante catorce años, y murió a los noventa y uno.

En cambio, todo lo contrario sucedió a sus angustiadores. Sólo tres ejemplos. El capitán general Alfred Jold, jefe del Estado Mayor del poderoso ejército alemán, decía días antes de ser ahorcado, tras haber sido juzgado en el histórico juicio de Núremberg: «¿Por qué he nacido?»,

Contemplando meditabundo una fotografía de su madre y de él cuando era niño. «Mejor dicho -añadió- ¿por qué no morí en aquella edad? ¡Cuántas cosas me hubiera ahorrado! ¿Para qué he vivido?»

Esto pensaba y decía. Atrás habían quedado, tras la guerra, sesenta millones de muertos, e incontables e indescriptibles tragedias y sufrimientos, muerte y desolación. Él sólo había sido, y entonces lo comprendió, una pieza más de la inmensa máquina de la guerra. Como todos. Si no hubiera sido él, habría sido otro.  


domingo, 25 de marzo de 2012

LA CLARABOYA DE LA FE

 


Cuando todo lo que nos rodea es un torbellino de angustia y temor, de apremios y confusión mental; cuando todo nos traiciona y abandona, ¿en quién encontraremos consuelo y poder para superar tanta dificultad? No queda otra salida que seguir la luz de la fe. La claraboya de la fe.

Hay veces en que, a pesar de mi veteranía, me encuentro decaído e irritado. Se oscurece mi horizonte. «Enfermedad mía es ésta», digo para mí (Jeremías 10). Pero conozco a un buen amigo creyente que es ciego.

Le llamo, le visito, y no encuentro en él ninguna filosofía, consejo o teología al uso de los amigos de Job. Simplemente hablamos, y su serenidad y su fe me reconfortan de tal modo que al salir de su casa me encuentro consolado y relajado.

En nuestros encuentros lo que menos cuenta es la altura teológica que alcanzamos, con ser esto un factor tan importante. Siento que Dios me interpela a través de aquellos ojos sin vista ante los cuales me expreso y gesticulo, como si no estuviera ante los ojos de un ciego.

Sé que él también encuentra restauración en nuestras reuniones y en mi compañía, pero lo que para mí es más importante es la paz que me comunica en la aceptación consciente y doliente de su situación. «Dios habla a sus hijos de muchas maneras» (Hebreos 1:1).

Para mí, ésta es una de ellas. En la lucha y la brega de la vida hay que entender que, al lado de nuestras carencias, conviven tantos y tantos dones de Dios que sólo cabe decir: “Padre, tú permites esto”. Yo no tengo nada que añadir. No tengo nada más que saber.

Tanto yo como las circunstancias que me rodean formamos parte de todo tu plan, de todo tu designio eterno. Callo, pues, y espero confiado. Esto que me sucede pasará, como pasa todo. ¡Tú estás ahí; muy cerca!

Sabes lo que siento; sabes que no soy dueño ni de mis pensamientos ni de mis reacciones pero, estando Tú, estoy tranquilo y pacificado. Te alabo y te doy gracias por contar conmigo. “Gracias por el tesoro de paz que me concedes y que llena mi ser entero”.

Y entiendo que aunque es Padre, o por que lo es, consiente o determina, precisamente por ello, que a sus hijos les sobrevengan pruebas y dificultades. Consiente que seamos desechados, criticados y «que estemos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados... para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2ª Corintios 4:8-11).

SOLO HAY UN PODER



El Señor se atiene a su propio gobierno y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma y lugar entre sí por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede, pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura, y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito y el poder que lo ha hecho posible, es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19).

Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado, del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

Delante de Él estamos continuamente, y Él sabe todo lo que hay en todo. «Ni un solo pajarillo cae sin el Padre» (Mateo 10:29). Las gentes no conocen nada más que una visión muy corta, estrecha, parcial y condicionada de la realidad. Los creyentes vemos nítidamente en la oscuridad de la fe, que es lo que nos da confianza y paz. «Sin la fe, es imposible agradar a Dios» y enfrentar con paz y seguridad los problemas de la vida (Hebreos 11:6).

La fe es el único camino sosegado, la única manera de vivir con sentido de eternidad, la única consolación, el único alivio que nos queda. Y esto es lo que agrada a Dios. La fe, paradógicamente es la absoluta seguridad.

DESIGNIO DE DIOS



El Señor se atiene a su propio gobierno y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma y lugar entre sí por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede, pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura, y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito y el poder que lo ha hecho posible, es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19).

Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado, del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

Delante de Él estamos continuamente, y Él sabe todo lo que hay en todo. «Ni un solo pajarillo cae sin el Padre» (Mateo 10:29). Las gentes no conocen nada más que una visión muy corta, estrecha, parcial y condicionada de la realidad. Los creyentes vemos nítidamente en la oscuridad de la fe, que es lo que nos da confianza y paz. «Sin la fe, es imposible agradar a Dios» y enfrentar con paz y seguridad los problemas de la vida (Hebreos 11:6).

La fe es el único camino sosegado, la única manera de vivir con sentido de eternidad, la única consolación, el único alivio que nos queda. Y esto es lo que agrada a Dios. La fe, paradógicamente es la absoluta seguridad.