Que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo
la adversidad. Yo, Dios, soy el que hago todo esto.
la adversidad. Yo, Dios, soy el que hago todo esto.
Isaías 45:7
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que
él torció? En el día del bien, goza del bien; y en el día de
la adversidad, considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro,
a fin de que el hombre nada halle después de él.
Eclesiastés 7:13, 14
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
(el amor).
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que
él torció? En el día del bien, goza del bien; y en el día de
la adversidad, considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro,
a fin de que el hombre nada halle después de él.
Eclesiastés 7:13, 14
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
(el amor).
(1ª Corintios 13:7).
El ser humano vive inmerso en un enigmático universo, rodeado de un cúmulo de dificultades, de agresiones internas y externas, así como de deseos frustraciones e ilusiones que se desarrollan dentro de su propio interior; las más de las veces no dependiendo lo más mínimo de su propia voluntad.
Se siente como una pavesa en el viento, y desea desesperadamente, aun en las mejores circunstancias, estabilidad, bienestar y vigencia, que no alcanza a percibir en la «loca rueda de la fortuna», que no cesa de girar. El temor le acompaña a lo largo de toda su vida. Temor en la niñez, en la adolescencia y en cada tramo de la vida continuamente. En cada época el suyo, pero en todas se siente atrapado por el temor.
Asimismo, aun en la paz más estable, el ser humano, que es complicado por naturaleza, tiende a complicarse aún más sin poderlo evitar. Así se dice con acierto: «El que no tiene una cruz, con dos palitos se hace una». Y es que aun en paz y sosiego, tan fugaces, la imaginación (la loca de la casa), se inventa motivos de inquietud, bien para proyectarse hacia adelante, tal vez en pos de una fugaz quimera, o bien para retraerse y replegarse dentro de sí misma, defendiéndose de algo que sólo existe de una manera subjetiva e irreal, aunque parezca real para ella.
Ante la dificultad o la adversidad, hay dos modos principales de enfocarla y enfrentarse a ella: la cristiana y la pagana. Es decir, la del hombre de fe y la del que quiere confiar en todo menos en Dios. El cristiano confía en Dios para todo. El pagano lo invoca «por si acaso» pero a la vez se agarra de forma desesperada a lo que encuentra de misterioso, siempre que le digan, y a él le parezca, que tiene propiedades para enfrentar aquella dificultad.
Fetiches, amuletos, estampas... Se puede comprobar cuando se visita un hospital. Hay de todas clases. Si el enfermo sana, fue gracias a cualquier cosa (ni siquiera la ciencia), el amuleto, la estampa o vela encendida. Si no curan es que Dios fue el que cruelmente no quiso. La diferencia empieza por esos distintos enfoques y proyecciones, que tan mal entendidos son por los paganos.
Los cristianos, sin dejar de ponderar y comprender con la mayor profundidad que nos es posible el estado de ánimo del incrédulo, vamos a enfocar la cuestión desde la perspectiva del hombre de fe.
El ánimo del incrédulo, que está siempre sobresaltado y temeroso es, muchas veces nos guste o no, similar al del «creyente» de cualquier denominación, tibio y desentendido de las cosas de Dios. Por ello estamos seguros de que sólo el verdadero creyente, el elegido, puede aplicarse con eficacia estas consideraciones. Y si avanzamos algo en este terreno, ¡gloria a Dios!
Dejemos por sentado que no menospreciamos las turbulencias internas y externas de cualquier ser humano. Todos somos humanos, por tanto «nada humano nos es ajeno». ¿Quién puede sustraerse al agitado devenir del sufrimiento humano? ¿Quién podrá comprender el misterio que se mueve en la existencia de cualquiera?
Rafael Marañón Barrio
ResponderEliminarBendiciones, les visito nuevamente desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com