EL GENERAL JOLD, FIRMANDO LA RENDICIÓN DE ALEMANIA
Esto pensaba y decía. Atrás habían quedado, tras la guerra, sesenta millones de muertos, e incontables e indescriptibles tragedias y sufrimientos, muerte y desolación. Él sólo había sido, y entonces lo comprendió, una pieza más de la inmensa máquina de la guerra. Como todos. Si no hubiera sido él, habría sido otro.
Sucede que los paganos miran sólo la superficie y el instante de los acontecimientos, y quedan anonadados y aplastados por cualquier contratiempo y dificultad. Luchan y se debaten porque ignoran el misterio de Dios, y sólo aciertan a ver lo que tienen delante de sus ojos. Viven desconcertados porque no saben, ni pueden, profundizar en el interior de los eventos, de su concatenación y de su fin, que son clarísimos en la mente de Dios.
Ignorando todo lo que va más allá del suceso y el momento en que se produce, hacen juicios y dicen palabras necias y dañosas para sí mismos. Sólo el hombre de Dios, ve más allá de lo inmediato, y contempla todo el panorama desde la luminosa penumbra de la fe.
Sabe que todo está enlazado en una cadena misteriosa, y que la adversidad de hoy tal vez sea el principio de bienes posteriores, incomparablemente superiores a los que pierden en tan adverso momento.
De la misma manera, hay otros que al tener de cara y favorablemente todos los asuntos que emprenden, van sin notarlo a un seguro desastre. Al desastre del pagano. Sabemos de personas dotadas de carácter y cualidades personales excepcionales, que pasaron su vida oscura y anodina.
Otros muchos, en cambio, fueron sacudidos por algún evento desfavorable que fue el inicio de su desarrollo óptimo años después y que ellos, en aquel momento tan triste, ni se atrevían a imaginar. Konrad Adenauer, a los sesenta años, no tenía trabajo ni medios de subsistencia. Sufrió prisión y riesgo grave de morir ejecutado.
En aquella época en que su porvenir parecía de lo más negro y triste, en el apogeo de La Alemania Nazi , ¿cómo podía imaginar que a pesar de su edad y su situación, dirigiría por largos años el destino de su nación?
Pero así aconteció. Aquel hombre que en el año 1944, podía ser eliminado en la cárcel por cualquiera al que molestara su rostro, a partir del año 1949 fue canciller durante catorce años, y murió a los noventa y uno.
En cambio, todo lo contrario sucedió a sus angustiadores. Sólo tres ejemplos. El capitán general Alfred Jold, jefe del Estado Mayor del poderoso ejército alemán, decía días antes de ser ahorcado, tras haber sido juzgado en el histórico juicio de Núremberg: «¿Por qué he nacido?»,
Contemplando meditabundo una fotografía de su madre y de él cuando era niño. «Mejor dicho -añadió- ¿por qué no morí en aquella edad? ¡Cuántas cosas me hubiera ahorrado! ¿Para qué he vivido?»
Esto pensaba y decía. Atrás habían quedado, tras la guerra, sesenta millones de muertos, e incontables e indescriptibles tragedias y sufrimientos, muerte y desolación. Él sólo había sido, y entonces lo comprendió, una pieza más de la inmensa máquina de la guerra. Como todos. Si no hubiera sido él, habría sido otro.