jueves, 23 de febrero de 2012

VIVIENDO DE PRESTADO


Si conoces las consecuencias del sacrificio de Cristo y el valor de su sangre no tendrás que inquirir por qué y para qué fue todo aquello. Si Cristo vive en ti por la fe ya tienes la mente de Cristo (la Corintios 2:16). Comprenderás así que todo fue consumado por el «determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios» (Hechos 2:23).

Tú, como creyente y beneficiario privilegiado de aquellos hechos y de la gloria que trajeron para Cristo y para ti, comprenderás también que tu dolor y angustia de ahora son también determinados por designio de Dios.

Si llegas a entender y a asumir que tu padecimiento es usado por el Padre con unas consecuencias y un fruto que tú ahora no puedes conocer, podrás decir sabiendo su valor eterno: en tus manos me entrego; haz de mí como bien te parezca. No entiendo pero acepto. Sea ahora tu misericordia para consolarme… (Salmo 119), y esperarás en paz.

Y es que en un momento somos lo mejor, y al siguiente estamos destrozados y todas nuestras aspiraciones arruinadas. En un instante estamos conduciendo plácida y gozosamente el más flamante automóvil y segundos después podemos ser con él un montón de chatarra Como dice el poeta: «Todo nuestro vivir es emprestado» (A. MACHADO.).

Ante la frontera de lo desconocido sólo resta confiar en la mano de Dios, y con toda tranquilidad y paz decirle con todas nuestras veras: «Sé que me amas, Señor creador del Cielo y de la tierra; que tú eres omnipotente, que todo es tuyo y yo sólo soy una insignificante criatura que no puede llevar sobre sus débiles hombros el peso de su propia vida. Como lo has decidido así lo acepto, porque no soy yo el protagonista sino Tú; Tú sabes y yo no». Hágase en mí conforme a tu palabra (Lucas 1:38).

Hámlet con motivo de la muerte de su padre desespera y clama. Otro dice: «Sabemos que las cosas han de suceder necesariamente, como son la muerte y las calamidades, y que son tan comunes como la cosa más vulgar de cuantas se ofrecen a los sentidos.

 ¿Por qué con terca oposición hemos de tomarlo tan a pecho? Ese es un pecado contra el Cielo, una ofensa a los que murieron, un delito contra la naturaleza, el mayor absurdo contra la razón. Todos, muertos o vivos, no han podido dejar de exclamar. ¡Así ha de ser!» (SHAKESPEARE).

Insistimos en que las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para el hombre espiritual y sensato, sino la actitud ante ellas. Una de dos alternativas: o levantar el puño contra el Cielo, o bajar la cabeza, callar la boca y decir a lo sumo: ¡Amén, Señor; Tú sabrás!

Vivimos sumergidos en un Universo que no podemos controlar, que apenas entendemos y en el que no sabemos por qué estamos. Y vemos que no es posible dominar lo que sucede a nuestro alrededor y ni aun a nosotros mismos. Son pues un axioma experimental y experimentado, las palabras de la Santa Escritura: No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu ni potestad sobre el día de la muerte (Eclesiastés 8: 8).

AGOBIADOS Y ESPERANZADOS


 


«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre»
(Juan 10:27-29).

Creemos en estas mencionadas palabras de Jesús: Dios nos hace invulnerables e invencibles; estando en Él no hay punto débil por donde podamos ser derribados. Cada portillo que nosotros dejemos abierto a causa de nuestra debilidad, será más fuertemente taponado y reforzado por Aquel que es el poder y la potencia absoluta.

En estas condiciones firmes y reales, la paz y la confianza nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida. Por esa misma convicción y por sus continuas experiencias pudo exclamar David: « Ciertamente el bien y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días» (Salmo 23:6>. Y ésa es también nuestra bendita experiencia.

No estamos abandonados ni aun en aquellos momentos en los que desesperamos de nosotros mismos y de todo, porque sabemos delante de quién estamos, y andamos en paz. No podemos negar que, dicho así, suena bien. Es, dicen algunos, «el discurso del pan seguro».  Es hablar ligeramente, en la comodidad de los acontecimientos favorables.

Cuando te sientes agobiado y aplastado bajo el peso de los problemas, la ruina y la injusticia, dices: ¿Cómo es que Dios, que es mi Padre, permite que a mí me ocurra esto? Si es tan bueno, ¿cómo deja que me destrocen la vida así y que tenga que sufrir esto?

Estás filosofando. No penetras en el misterio de la creación total. Ponderas las cosas desde el punto de vista antropológico. Puede decirse que en este momento no existe para ti nada más que tu problema y la «indiferente» permisión de Dios. Y te rebelas y resistes.

Es natural; es humano y se puede comprender perfectamente. Desde luego no es lo mismo filosofar como los amigos de Job que padecer como él. Por eso les dijo: .... Sois todos médicos nulos. Ojalá callarais por completo... Consoladores molestos sois todos vosotros» (Job 13:4, 5; 16:2).

Pero el propósito de Dios abarca una dimensión cósmica, y al ignorarlo voluntariamente dices unas palabras muy sentidas y dignas de comprensión, pero necias y superficiales. Aceptamos la voluntad de Dios... siempre que en la adversidad se vean involucrados otros.

Pero ¿qué sabemos del plan de Dios en su complejo conjunto? Muchas cosas pueden ocurrir dentro de cinco años, cinco meses o cinco minutos. ¿Qué sabemos de las repercusiones que tendrá un hecho que ahora contemplamos con tan corta y estrecha perspectiva?

Ese hecho que nos produce la angustia y el apuro inmediato y acompañado siempre de la misma pregunta. ¿Por qué a mí? Y es que nuestro dolor de muelas nos preocupa y afecta en determinado momento, más que todas las desgracias que ocurren en todo el mundo.

Jesús mismo dijo en la cruz: Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46). Él sabía cuál era su misión y el porqué y para qué estaba clavado en la cruz. Pero también era hombre.

Entregándose con toda confianza en medio del atroz tormento pronunció sus maravillosas palabras de entrega: Padre, en tus manos entrego mi espíritu (Lucas 23:46). Hubo tinieblas en aquella hora, el velo del templo se rasgó y la tierra tembló. Pero aquello tenía que suceder y sucedió.

miércoles, 22 de febrero de 2012

NO HAY NADA MÁS FUERTE QUE DIOS

 

Durante la ocupación de Filipinas por el ejército imperial japonés en 1942, el general Homma, típico militar japonés de aquellos tiempos, usó de la aplicación de la pena de muerte con saña e indiferencia. Nunca pensó, que un decreto como los que firmaba con tanta tranquilidad pudiera afectarle a él. Formaba parte del generalato de un ejército potente y vencedor, y se creía un semidiós. Su palabra conservaba o quitaba vidas.

Cuando la terrible derrota, y horas antes de ser fusilado escribía a su mujer una conmovedora carta en la que destacaba la siguiente frase: «Nunca creí que las palabras pena de muerte y morir fusilado, tuvieran que ver algo con mi propia vida, pero ahora son una realidad ante mis ojos» Sus ejércitos, su valor y capacidad militar, «su suerte» como guerrero, le fallaron. Fue ahorcado y su cadáver expuesto junto a otros como él, en la impotencia y deshonor más humillante.

Nada dependió de lo que él pudo hacer con lo mucho que hizo, por más que en su momento él lo pensara así. La máquina de la guerra y la política, lo manejó y trituró con su fuerza incontenible. El se creía protagonista importante, y sólo fue un peón más del tablero gigante, y un engranaje más de la infernal maquinaria, impasible e implacable. En estos hechos debemos meditar los critianos. No como los incrédulos ignorantes que sólo al final de su carrera se dan cuenta de la futilidad de sus vidas.

Aquellos hombres, generales invictos, soberbios en sus victorias, no eran tan importantes como creían. Fuera de sus honores y medallas y de su mando arrogante, sólo eran marionetas de una fuerza que los movía a su implacable conveniencia o a su reservado destino.

El cristiano sabe que forma parte de un universo, que es regido por las leyes de un poder personal, grande y maravilloso, que utiliza con amor y sabiduría cada átomo que existe. Nada de azar, nada de casualidad. Todo previsto, ordenado, y realizado a la perfección sin el más mínimo fallo. Nada escapa a la vista del que creó el ojo, a la atención del que hizo el oído, y a la mente del que es la inteligencia creadora (Salmo 94:9).

Conscientes de esto, caminamos tranquilos, en la continua alegría de saber en qué participamos y qué fin tenemos ante nuestra visión de fe. Nada de «tedium vitae», nada de «náusea», nada de fatalismo. Luchamos y bregamos en la vida con nuestras limitaciones y también con nuestra paz.

No escatimamos esfuerzos, pues la incertidumbre no nos paraliza ni nos atribula la expectación de los resultados. Sabemos de dónde venimos, el camino, y a Quién vamos. Conocemos al regidor y director de todo y no hay derrumbes ni aun en medio de las caídas, los tropiezos y los desfallecimientos.

De los que son de Dios, nadie queda atrás. Todos y cada uno son recogidos del calor del desierto de las pasiones o del frío polar de los desencantos o desilusiones. A Dios le interesamos mucho. De otro modo no se entendería el sacrificio de Jesucristo. Él nos acompaña y estamos seguros de sus palabras. He aquí que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo.


sábado, 18 de febrero de 2012

REHUSAR LA VOLUNTAD DE DIOS


Todo lo que rehúses, lo conviertes en tu antagonista. ¿Cuántas veces has tomado partido por algo que no te obligaba ni interesaba de manera directa o necesaria, fuiste enemigo de ese algo, y ese algo te fue durante tiempo adversario tenaz? Dejaste la lucha cuando comprendiste su inutilidad, y aquel asunto dejó de preocuparte, pues ya no lo resististe y lo convertiste con tu nueva actitud en una cosa más de las que todos los días suceden.

Es decir, al quitarle el aguijón de tu resistencia, lo desarmaste en ti mismo y lo neutralizaste. Ese enemigo, pues, fue enemigo mientras lo quisiste tú. Después, ya no fue nada. En ti nació y en ti murió; persona o cosa, pues, si es resistida y rechazada como mal, la haces tu enemiga. Se ve claro, en los deseos de revancha o en la realización de una venganza. Si te vengas de una persona, en ese momento te has hecho más daño a ti que el que tú le puedas infligir a él.

Rompes tu paz y te haces daño interior a ti mismo, no sólo ya cuando cumples el acto de la venganza, sino anticipadamente, mientras meditabas cómo hacerlo. Tal como el que tropieza con una puerta, y la emprende a patadas y golpes contra ella. ¿Qué consigue? ¿Piensas que el Señor Jesús mentía, se equivocaba, y deseaba equivocarnos cuando mandaba que no resistiéramos al malo?

Si por el contrario aceptamos las actitudes hostiles, agresiones e injusticias, con la perspectiva y visión de fe, y somos acordes con los propósitos del Señor, a la hora de hacer nuestros juicios y valoraciones, las cosas y los hombres que nos son adversos podemos y tenemos que considerarlos como dones y obsequios amorosos del Padre.

En el proyecto global de eternidad y gloria, Dios dialoga y comparte con sus hijos. Es puro amor que se muestra aportando en nuestros enemigos los elementos necesarios para nuestra corrección, en la adecuada dirección (Hebreos 12:5, 6). Como en todo es cuestión de fe. Es confiar en Dios en cualquier circunstancia.

De todo lo que me combate y me es enemigo, yo digo: «Señor, estoy de acuerdo en todo, porque tú, Padre, lo has dispuesto y realizado. Que se haga tu voluntad tan preciosa por la fe, que tú también me has regalado junto con la prueba. Y así tengo tu paz. Todo es posible para el que cree; y yo creo. (Marcos 9:23). No tengo que preguntar: ¿Dónde está tu voluntad? No hay que esperar una visión o señal en cada momento y en cada caso.

Lo que sucede... ¡eso es tu voluntad! No que yo reniegue y rechace tu voluntad (que muchas veces lo hago), No que yo soporte estoicamente tu voluntad (eso también lo hacen muchos paganos), ni que la comprenda siempre. Es que yo he de amar y amo tu voluntad en todo. Sed imitadores de Dios, como hijos amados (Efesios 5:1), amando y aceptando todo lo que el Padre disponga o haya dispuesto.
 
Como dijo el mismo Jesús: No lo que yo quiero, sino lo que tú (Marcos 14:36). Así, en la plena aceptación, llega la paz más eficaz. Ya no más indecisiones, no más dudas, no más incertidumbres. Total liberación. Heme aquí, o Habla, porque tu siervo oye. (1º Samuel 3: 10-16)

Buscar la voluntad de Dios, y reconocerla en relación con aquello que se te enfrenta y a la luz de su Palabra. Con discernimiento espiritual y sana sabiduría. Con criterios de Dios. No podemos dañar al enemigo sin dañarnos a nosotros muchísimo más. ¡Ay del que se goza en la venganza!, ¡qué gran desgraciado!, ¡qué infeliz! Ya te has vengado, ¿y ahora qué? Por eso el Señor mandó sabiamente, haciéndonos grandísimo beneficio, que amásemos a nuestros enemigos. El se entenderá mejor con ellos. Yo pagaré (Romanos 12:19).

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿QUIÉN ME COMPRA ESTE MISTERIO?


Ni siquiera sabemos si somos amados u odiados, ni de quién, ni cuál es el bien del hombre (Eclesiastés 6:10-12). Todo está en manos de Dios y alabado sea porque es así. Todo lo pasado ya no vuelve atrás. Ya sucedió, es irreversible y está ya consumado. Es, pues, inamovible.

No se puede «rebobinar» para hacer volver el tiempo para atrás y modificarlo. Ni parar el momento actual. El pasado ha quedado fijado en el tiempo irremisiblemente. Ya no es. Nada pues, podemos hacer, y es locura agitarse y torturarse, por hechos que por el tiempo se diluyeron.

También es locura rebelarse contra lo que creamos que será nuestro futuro. El presente es también fugaz y huye, queramos o no. Hay infinidad de explicaciones y de deducciones, que se dan alegremente en relación con estos hechos de la irreversibilidad y el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios sobre todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá.

Existen toda clase de explicaciones antropológicas, sociológicas y hasta astrológicas, y todas contienen elementos que de algún modo tratan de explicar los sucesos, siendo sólo un «rebuzno» sobre los misterios de la vida y la creación. Son explicaciones enigmáticas que se quedan siempre en la superficie de las cosas, hasta donde alcanza el saber humano, tan contradictorio y aleatorio. Pero no se inyectan ni penetran en la médula de la realidad profunda.

Son vanos intentos y falacias engañosas que tratan de explicar lo inexplicable y hasta tienen que reconocer que más allá de sus elucubraciones y ciencia de vista corta hay una mano potente que hace y un ojo al que nada escapa. Como dice el salmista: «Aun las tinieblas no encubren de ti; y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz» (Salmo 139:12).

Es un poder personal que determina, ordena y realiza con perfecta exactitud el devenir y la existencia no sólo de cada hombre, sino de todo el universo. Tenemos que aceptar, (y por otra parte no queda otra alternativa), que no somos nada por nosotros mismos. Que nuestra fortuna o desgracia no depende de nuestro ingenio o de un adecuado aprovechamiento de circunstancias favorables que busquemos o se nos ofrezcan fortuitamente.

La mejor decisión que nos parezca que hemos tomado es, quizás, la que nos arruina; aquellas palabras torpes que trasmitimos a alguien en determinada ocasión, y de la cual ni siquiera nos acordamos hoy, resultó ser el agente impactante para el comienzo de la conversión de aquel hermano que tal vez tampoco se acuerda de ellas.

martes, 14 de febrero de 2012

NADA ESCAPA AL PODER Y CONTROL DE DIOS



Dicen los incrédulos y filosofastros: «¡Éste mío, es un punto de vista como cualquier otro!». Bien; si es como cualquier otro es tan verdad como todos, o tan mentira. Por eso, en la práctica, estos «librepensadores», que no son ni pensadores ni libres, se entregan y creen a lo que hay, y a lo que no hay que creer. Dicen que son tolerantes, y este sofisma lo ponen de moda añadiendo que los creyentes son los intolerantes. Claro está, confunden ciencia y fe.


Pero, ¿qué no confunden estos filósofos? Por lo visto ellos solos son la inteligencia y la verdad; al menos eso dicen. Por el contrario, el rabino Eleazar-Ha-Qappar dijo: «Los nacidos están destinados a morir, los muertos a resucitar, y los resucitados a ser juzgados». «¡Dense todos por bien enterados!: Él es Dios, Él es el Creador, El es observador, El es el juez, Él es el testigo y El es el acusador! El habrá de juzgar un día. Loado sea Él, ante el cual no hay injusticia ni soborno, ya que todo le pertenece.»


«Sabe todo y todo lo tiene calculado; y no te tranquilice la idea de que la fosa será tu refugio, puesto que sin contar con tu voluntad fuiste creado, contra tu voluntad vives, contra tu voluntad morirás, y contra tu voluntad tendrás que dar cuenta un día ante el Rey de reyes, el Santo; alabado sea Él».


Hay, pues, un abismo entre nuestro deseo y la realidad, y nos acosan a cada paso situaciones límite e insuperables que escapan totalmente de nuestra capacidad de modificarlas. No admiten alteración por parte nuestra. Devienen solas y. como decía el rabino Eleazar, «todo está determinado, conocido anticipadamente, perfectamente ordenado y consumado».-  Hecho está (Apocalipsis 21:6).


Mi vida y mis circunstancias no me fueron  consultadas, ni se me dio opción alguna a cosa distinta. Entramos en la vida sin saber cómo, y salimos de igual manera. En Dios vivimos y nos movemos y somos (Hechos 17:28). «Yo soy yo y mi circunstancia», decía Ortega y Gasset. Ni uno ni otra son controlables. Ni nos auto creamos, ni nos dirigimos a nosotros mismos, pues somos impelidos por fuerzas insuperables y misteriosas que nos desbordan por todas partes.


No hemos elegido nuestra vida, ni la época en que vivimos, ni nuestra cuna ni nuestros padres, ni nuestro país, etc. Moriremos cuando esté previsto, y nuestras acciones y las consecuencias de ellas ya están determinadas y conocidas de antemano. No hay nada que podamos modificar por nuestros propios medios. Hagamos lo que hagamos, al final resultará que era exactamente lo que estaba predeterminado por el Creador. Él es atemporal.


No elegimos nada. Aun cuando en pequeñas cosas creamos que decidimos, si observamos atentamente comprobaremos que elegimos movidos por un prejuicio, una creencia, una pasión, una costumbre, etc. Y cuando intentamos elegir en asuntos cruciales para nuestra vida, nos encontramos con que es altamente probable que no lo consigamos.


De ahí los estados de ánimo lastrados por la continua frustración, y ni somos felices ni sabemos cómo liberarnos del agobio del entorno en que vivimos, ni de las ansias que se agitan en nuestro interior. Nos encontramos presos en nosotros mismos y sumergidos en el turbulento transcurrir de los eventos que nunca podemos controlar, porque suceden por sí mismos. Y no es fatalidad, ni predestinación, etc.

sábado, 11 de febrero de 2012

EL MURO DE LA REALIDAD

   

¿Quién es ése que oscurece el consejo
con palabras sin sabiduría?
    Ahora cíñete como varón: yo te preguntaré,
y tú me contestarás.
    ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
 Házmelo saber si tienes inteligencia.
    ¿Quién ordenó sus medidas, si es que lo sabes?

                                      (Job
38:2-5)

Existe una muralla infranqueable, que separa al hombre y su pensamiento del propósito de Dios. Lo que podemos saber ya está revelado, pero el devenir de nuestras vidas, es un arcano que nadie puede desvelar. Todo esfuerzo en esa dirección es vano y casi siempre materia de mercadería. El temor, la angustia y la tristeza hacen que el hombre pagano caiga en la red de toda clase de supersticiones, y sea víctima de supercherías y engaños. Y curiosamente él lo quiere así.

Otros mucho más inteligentes, pero igualmente inermes espiritualmente, echan mano desesperadamente del determinismo ciego o de la fatalidad. El azar, dicen, gobierna el universo. Es decir, el desorden y el caos traen por sí solos el orden y la coherencia. ¡Peregrina idea!

La necesidad, -decía Monod-, concreta este «gobierno». Es, pues, una inteligencia que convierte al azar en un «dios» al fin y al cabo. Es el «che sera, sera» italiano. Es decir, hagas lo que hagas, «lo que ha de ser será». Fatalismo irreal, porque en la práctica cada uno hace por y para sí mismo todo lo que puede. Es, pues, un sofisma envenenado. ¡Qué gran descubrimiento al final de años y años de reflexión por parte de un afamado filósofo! Al final éste fue el resultado tan «brillante» que obtuvo.

O aquello del judío o el holandés errante. «El dedo implacable sigue y sigue escribiendo; detenerlo no podrás, con tu piedad o tu ingenio, y a borrar no alcanzarás ni una coma, ni un acento».

El dedo implacable, la fatalidad, el azar... ¡Qué más da! Si no quieren aceptar a Dios, cualquier cosa les vale. Éstos son los argumentos de cualquier pagano. ¡No hay Dios por la única razón de que a mí, sencillamente, no me cabe en la cabeza! Dios tiene que caber en la cabeza de cualquier criaturilla, y si no es así es que no existe. ¡Qué arrogancia y qué miseria de pensamiento! Eso es prejuicio y no reflexión. Pero son ellos los que se arrogan la inteligencia «razonable».

jueves, 9 de febrero de 2012

DIOS ES LUZ; NOSOTROS, TINIEBLAS SIN ÉL



¡Que fácil es engañarnos y engañar a los demás! Pero ya sabemos a Quién no podemos engañar, y por tanto estamos haciendo el tonto diciendo para nosotros: no me ven… Dios no me ve. Pero la Escritura dice: Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz. Salmos 139:12)


No nos apoyemos en conceptos y argumentos, que sabemos no ser correctos. No nos empeñemos en creerlos buenos, porque en nuestro interior sabemos que no es así. Ya dijimos: o corderos o lobos. No es admisible ser lobo con piel de cordero, ni cordero con piel de lobo. ¿A quién pretendemos engañar? Dijo Jesús: Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? (Mateo 6:23)
No son las obras de necesidad, que hacemos por inercia o por compromiso con el mundo, las que definen nuestra posición ante Dios. Solo la lealtad más seria y contrastada. Somos torpes y descuidados ¡reconozcámoslo de una vez! Seamos sinceros con nosotros mismos, y así poder ser sinceros con todos. El aplauso de las gentes es vanidad, como lo es todo lo que hacemos que no esté ungido por el Espíritu de Dios.

La Santa Escritura dice claramente, en la experiencia de un viejo rey a la vuelta ya de todo: Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 1:14). ¿Qué buscamos con seguir el mal camino?

Siguiendo la buena senda del Cristo, la paz está garantizada. Si todo el mundo aceptara a Dios, las cerraduras (y muchas más cosas) podrían se eliminadas, y la vida en esta tierra, sería un camino de rosas. Nadie sería ni más ni menos que otro.  

Como todos, podemos caer en determinados momentos, pero un rey no juzga a un oficial por una calaverada, sino porque sepa que está dispuesto a dar su vida en defensa de su patria, y que en caso comprometido es seguro y obediente. Esa es nuestra posición ante Dios, con absoluta firmeza.

Acab era díscolo en su relación con Dios y pecó gravemente contra Nabod por causa de ue el rey codiciaba la viña del otro, pero cuando se puso de cilicio dijo Dios al profeta: ¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días... (1º Reyes 21:29)

Que el Señor pueda complacerse en nosotros, y le ofrezcamos la más absoluta lealtad, tratándole y hablándole con verdad, como debe ser la verdadera oración; la oración pura que agrada a Dios.

BANCARROTA

Voy dejando una vida en bancarrota
Y ante mí el horizonte ya se cierra;
Se acabó la tensión, gana la tierra
Su tributo de muerte en vida rota.

Cede ya la ambición, cede la duda,
Y calla la razón que al hombre aterra;
Finiquita el amor, también la guerra;
La mente queda límpida y desnuda.

Las cosas toman su valor profundo;
La paz acude, se sosiega el alma,
Y se aguarda el final, limpio y en calma.

¡No hay nada trascendente, dice el mundo!
Mas yo espero impertérrito, una vida
Que tengo por Jesús, ya prometida.

EGO Y VOLUNTARISMO

  

¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió:
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque
   decís: Vemos, vuestro pecado permanece
.
                                 (Juan 9:40, 41)
  La raíz de nuestras contradicciones y rechazos a la obra de Dios provienen invariablemente de nuestro amor propio, nuestro egoísmo y egocentrismo. Si creemos que lo mejor es lo que procede de nuestras carnales deliberaciones, de nuestra voluntad propia y juicio propio, al estilo mundano y utilizando sus premisas y filosofías, siempre estaremos rechazando prácticamente todo lo que sucede.

No nos gustará nuestra casa, nuestro trabajo, nuestro esposo/esposa, etc. y nos resentimos, ya que carecemos del poder necesario para que las cosas se adapten y configuren a nuestra conveniencia y deseo del momento. Dios propone y ejecuta su obra, y aborrece la rebeldía y oposición de sus criaturas a sus disposiciones, que solo son para nuestro exclusivo bien.

Por ello, todo lo que deseas alcanzar con amor propio, orgullo propio y deseo personal, y no consigues realizarlo, lo conviertes en aguijón amargo y doloroso contra ti mismo. Y tanto más enconado, cuanto más empeño pones en que las cosas y los sucesos ocurran como tú quieres, pero no puedes.

En esa situación, Dios no cuenta para nada para tu testarudez. Lo apartas de ti, considerándolo un enemigo que resiste tu voluntad. Son las cosas vueltas del revés por tu terca obstinación. Tú quieres, a pesar de que sabes que Dios no quiere. Y de ahí, los reproches que continuamente expresamos o interiorizamos hacia Dios.

El amor propio ciega el entendimiento, oscurece la razón, debilita la voluntad libre, y se constituye en enemigo de todo aquello que no se adapta a su propia volición o deseo. (Fr. Estella) Como no puede hacer a Dios su servidor, lo hace su mayor enemigo. Paradojas del ser humano. Y como en su curso natural, los hechos (en un porcentaje altísimo) no se someten a nuestro querer y desear, una frustración, un rencor sordo y obstinado, preside y llena completamente la vida y el corazón del hombre terco y voluntarioso.

De ahí los malos humores; el sentimiento de paranoia que llena el vivir de tanta gente. La agresividad y la ausencia de diálogo. En lugar de agradecer lo que tenemos de Dios, le reprochamos que no nos conceda alguna cosa que deseamos ardientemente, como si El Señor quisiera perjudicarnos o mortificarnos por el mero placer de hacerlo.

El hombre no puede modificar los sucesos de la forma que él quisiera, y en cambio tiene que soportar y hacer muchas cosas que aborrece. El hombre que acepta, poco aborrece. Sabe que la vida normal transcurre así, y pocas cosas le afectan de forma dolorosa y personal.