sábado, 11 de febrero de 2012

EL MURO DE LA REALIDAD

   

¿Quién es ése que oscurece el consejo
con palabras sin sabiduría?
    Ahora cíñete como varón: yo te preguntaré,
y tú me contestarás.
    ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
 Házmelo saber si tienes inteligencia.
    ¿Quién ordenó sus medidas, si es que lo sabes?

                                      (Job
38:2-5)

Existe una muralla infranqueable, que separa al hombre y su pensamiento del propósito de Dios. Lo que podemos saber ya está revelado, pero el devenir de nuestras vidas, es un arcano que nadie puede desvelar. Todo esfuerzo en esa dirección es vano y casi siempre materia de mercadería. El temor, la angustia y la tristeza hacen que el hombre pagano caiga en la red de toda clase de supersticiones, y sea víctima de supercherías y engaños. Y curiosamente él lo quiere así.

Otros mucho más inteligentes, pero igualmente inermes espiritualmente, echan mano desesperadamente del determinismo ciego o de la fatalidad. El azar, dicen, gobierna el universo. Es decir, el desorden y el caos traen por sí solos el orden y la coherencia. ¡Peregrina idea!

La necesidad, -decía Monod-, concreta este «gobierno». Es, pues, una inteligencia que convierte al azar en un «dios» al fin y al cabo. Es el «che sera, sera» italiano. Es decir, hagas lo que hagas, «lo que ha de ser será». Fatalismo irreal, porque en la práctica cada uno hace por y para sí mismo todo lo que puede. Es, pues, un sofisma envenenado. ¡Qué gran descubrimiento al final de años y años de reflexión por parte de un afamado filósofo! Al final éste fue el resultado tan «brillante» que obtuvo.

O aquello del judío o el holandés errante. «El dedo implacable sigue y sigue escribiendo; detenerlo no podrás, con tu piedad o tu ingenio, y a borrar no alcanzarás ni una coma, ni un acento».

El dedo implacable, la fatalidad, el azar... ¡Qué más da! Si no quieren aceptar a Dios, cualquier cosa les vale. Éstos son los argumentos de cualquier pagano. ¡No hay Dios por la única razón de que a mí, sencillamente, no me cabe en la cabeza! Dios tiene que caber en la cabeza de cualquier criaturilla, y si no es así es que no existe. ¡Qué arrogancia y qué miseria de pensamiento! Eso es prejuicio y no reflexión. Pero son ellos los que se arrogan la inteligencia «razonable».

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