jueves, 9 de febrero de 2012

EGO Y VOLUNTARISMO

  

¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió:
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque
   decís: Vemos, vuestro pecado permanece
.
                                 (Juan 9:40, 41)
  La raíz de nuestras contradicciones y rechazos a la obra de Dios provienen invariablemente de nuestro amor propio, nuestro egoísmo y egocentrismo. Si creemos que lo mejor es lo que procede de nuestras carnales deliberaciones, de nuestra voluntad propia y juicio propio, al estilo mundano y utilizando sus premisas y filosofías, siempre estaremos rechazando prácticamente todo lo que sucede.

No nos gustará nuestra casa, nuestro trabajo, nuestro esposo/esposa, etc. y nos resentimos, ya que carecemos del poder necesario para que las cosas se adapten y configuren a nuestra conveniencia y deseo del momento. Dios propone y ejecuta su obra, y aborrece la rebeldía y oposición de sus criaturas a sus disposiciones, que solo son para nuestro exclusivo bien.

Por ello, todo lo que deseas alcanzar con amor propio, orgullo propio y deseo personal, y no consigues realizarlo, lo conviertes en aguijón amargo y doloroso contra ti mismo. Y tanto más enconado, cuanto más empeño pones en que las cosas y los sucesos ocurran como tú quieres, pero no puedes.

En esa situación, Dios no cuenta para nada para tu testarudez. Lo apartas de ti, considerándolo un enemigo que resiste tu voluntad. Son las cosas vueltas del revés por tu terca obstinación. Tú quieres, a pesar de que sabes que Dios no quiere. Y de ahí, los reproches que continuamente expresamos o interiorizamos hacia Dios.

El amor propio ciega el entendimiento, oscurece la razón, debilita la voluntad libre, y se constituye en enemigo de todo aquello que no se adapta a su propia volición o deseo. (Fr. Estella) Como no puede hacer a Dios su servidor, lo hace su mayor enemigo. Paradojas del ser humano. Y como en su curso natural, los hechos (en un porcentaje altísimo) no se someten a nuestro querer y desear, una frustración, un rencor sordo y obstinado, preside y llena completamente la vida y el corazón del hombre terco y voluntarioso.

De ahí los malos humores; el sentimiento de paranoia que llena el vivir de tanta gente. La agresividad y la ausencia de diálogo. En lugar de agradecer lo que tenemos de Dios, le reprochamos que no nos conceda alguna cosa que deseamos ardientemente, como si El Señor quisiera perjudicarnos o mortificarnos por el mero placer de hacerlo.

El hombre no puede modificar los sucesos de la forma que él quisiera, y en cambio tiene que soportar y hacer muchas cosas que aborrece. El hombre que acepta, poco aborrece. Sabe que la vida normal transcurre así, y pocas cosas le afectan de forma dolorosa y personal.

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