«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre»
(Juan 10:27-29).
Creemos en estas mencionadas palabras de Jesús: Dios nos hace invulnerables e invencibles; estando en Él no hay punto débil por donde podamos ser derribados. Cada portillo que nosotros dejemos abierto a causa de nuestra debilidad, será más fuertemente taponado y reforzado por Aquel que es el poder y la potencia absoluta.
En estas condiciones firmes y reales, la paz y la confianza nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida. Por esa misma convicción y por sus continuas experiencias pudo exclamar David: « Ciertamente el bien y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días» (Salmo 23:6>. Y ésa es también nuestra bendita experiencia.
No estamos abandonados ni aun en aquellos momentos en los que desesperamos de nosotros mismos y de todo, porque sabemos delante de quién estamos, y andamos en paz. No podemos negar que, dicho así, suena bien. Es, dicen algunos, «el discurso del pan seguro». Es hablar ligeramente, en la comodidad de los acontecimientos favorables.
Cuando te sientes agobiado y aplastado bajo el peso de los problemas, la ruina y la injusticia, dices: ¿Cómo es que Dios, que es mi Padre, permite que a mí me ocurra esto? Si es tan bueno, ¿cómo deja que me destrocen la vida así y que tenga que sufrir esto?
Estás filosofando. No penetras en el misterio de la creación total. Ponderas las cosas desde el punto de vista antropológico. Puede decirse que en este momento no existe para ti nada más que tu problema y la «indiferente» permisión de Dios. Y te rebelas y resistes.
Es natural; es humano y se puede comprender perfectamente. Desde luego no es lo mismo filosofar como los amigos de Job que padecer como él. Por eso les dijo: .... Sois todos médicos nulos. Ojalá callarais por completo... Consoladores molestos sois todos vosotros» (Job 13:4, 5; 16:2).
Pero el propósito de Dios abarca una dimensión cósmica, y al ignorarlo voluntariamente dices unas palabras muy sentidas y dignas de comprensión, pero necias y superficiales. Aceptamos la voluntad de Dios... siempre que en la adversidad se vean involucrados otros.
Pero ¿qué sabemos del plan de Dios en su complejo conjunto? Muchas cosas pueden ocurrir dentro de cinco años, cinco meses o cinco minutos. ¿Qué sabemos de las repercusiones que tendrá un hecho que ahora contemplamos con tan corta y estrecha perspectiva?
Ese hecho que nos produce la angustia y el apuro inmediato y acompañado siempre de la misma pregunta. ¿Por qué a mí? Y es que nuestro dolor de muelas nos preocupa y afecta en determinado momento, más que todas las desgracias que ocurren en todo el mundo.
Jesús mismo dijo en la cruz: Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46). Él sabía cuál era su misión y el porqué y para qué estaba clavado en la cruz. Pero también era hombre.
Entregándose con toda confianza en medio del atroz tormento pronunció sus maravillosas palabras de entrega: Padre, en tus manos entrego mi espíritu (Lucas 23:46). Hubo tinieblas en aquella hora, el velo del templo se rasgó y la tierra tembló. Pero aquello tenía que suceder y sucedió.
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