martes, 7 de febrero de 2012

TENÉIS QUE BEBER




Nos riñe cariñosamente, pero con severidad, cuando nos dice: «¿A mí no me temeréis? ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre que es mortal... ?» <Isaías 51:12). ¿Cómo nos atrevemos a desasirnos de la protección de Dios y temer al hombre? ¿Quiénes creemos que somos para llevar la guerra por nuestras fuerzas que son ningunas.

Por eso Dios reprende y castiga a los que ama, y a los que no se quieren someter a beber el cáliz de su ira les dice: «tenéis que beber» (Jeremías 25:28). Nadie puede resistir a Dios. El no se complace en los sufrimientos de sus hijos, como no lo hizo en los padecimientos de su amado hijo Jesucristo. Aquellos padecimientos eran necesarios, y así hubieron de cumplirse.

Los nuestros, aún no comprendidos por nosotros, son igualmente convenientes para el plan de Dios. ¿De qué forma? Tal vez alguien podrá explicarlos uno por uno, pero ¿para qué? Si sabemos confiar, ya sabemos lo que nos basta.

Como Cristo hombre aceptó con gozo sus padecimientos, y porque hacía la voluntad de su Padre superó el miedo, así también nosotros podemos hacerlo por su mismo poder. No hemos, pues, de temer nada (Apocalipsis 2:10).

La prueba nos acerca más a Dios y en esto se muestra también su amor. El no destruye. Corrige y sana. El creyente conoce bien lo que significa, en su experiencia y en sus pruebas, el inalterable amor de Dios cuando nos trata como al rebelde Israel, afligiéndoles y probándoles para al final hacerles bien (Deuteronomio 8:16).

Esta conformidad del cristiano, esta sumisión leal, este abandono de toda actitud opositora a la voluntad de Dios trae la paz más preciosa. Echa fuera de nosotros todo miedo, toda incertidumbre. El que teme a Dios no tiene que temer nada más.

Ningún acontecimiento, ninguna aflicción, ninguna eventualidad imprevista y dolorosa podrá derrumbarle. Con la invencible fuerza de Dios nada le desconcertará ni le desmoronará. Tú harás de tu parte, con toda diligencia y con toda tranquilidad lo que está a tu alcance, y el resto queda en manos de Dios, que proporcionará los convenientes resultados. Eso ya es cosa suya.

Tú da gracias por ser parte importante de su obra, y esto en vez de ansiedad te proporcionará la más genuina alegría. La pelota, por emplear este símil, queda ya en el tejado de Dios y Él sabe de sobra qué hacer. Tú ya puedes descansar, pues sea lo que sea, Dios lo dispone bien.

En esta posición de confianza, nos percatamos claramente del estado de confusión y beligerancia que existe latente o activo en cada corazón humano. En la reflexión pertinente, nos damos cuenta de ese estado de beligerancia interior continuada, en forma de rencores, miedos, resentimientos contra los demás, y más aún, contra nosotros mismos.

Y como consecuencia, altercamos de forma insistente contra Dios. Más que la corrupción tras del sexo, la bebida, el sumergirse en el mundo, etc., la mayor tragedia es que, realmente, hemos perdido el discernimiento de lo que nos conviene. Es una absoluta obnubilación del entendimiento.

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