jueves, 2 de febrero de 2012

EL MIEDO (1)



   Temían a Dios y honraban a los dioses, según las costumbres
   de Las naciones...
   Hasta hoy hacen como antes: ni temen a Dios ni guardan
   sus estatutos ni sus ordenanzas...
     No temeréis a otros dioses, ni los adoraréis ni les serviréis
   ni les haréis sacrificios.
   Así temieron a Dios aquellas gentes y al mismo tiempo
   sirvieron a sus ídolos...

                             2 Reyes 17:33-35, 41.
 
El miedo... Ese viejo y atormentador compañero del hombre desde el alba de los tiempos, y que le acompaña a lo largo de su vida. Miedo de lo real y de lo irreal; miedo a lo que nos pueda suceder y a las consecuencias de lo ya sucedido; miedo a no conseguir lo que esperamos con ansia, y miedo a perder lo logrado trabajosa y precariamente. Es decir los idolos de las personas inmaduras.

Miedo al vivir y al morir, al acostarse y al levantarse. Miedo en la noche cargada de insomnio y sobresalto, y miedo a la perspectiva de enfrentarse a un nuevo día lleno de dificultades y oposición en todo lugar. Miedo a ser y miedo a no ser. A lo que digan o no digan.

Miedo a nuestras flaquezas, a nuestras pasiones, al temperamento. Miedo a la conciencia, miedo a nuestros propios pensamientos, a nuestros errores, a nuestras incertidumbres. Miedo a tomar decisiones o a dejar de tomarlas, miedo e incertidumbre que presiden la vida de todo hombre separado de Dios.

Tenemos, pues, una necesidad de liberación y pacificación urgente y angustiosa. Necesitamos la paz, como muchos dicen, «a cualquier precio». Pero ¿qué precio podemos pagar por ella? Por la paz verdadera, no por la transitoria de una precaria euforia momentánea.

Cada consecución lleva consigo un nuevo desafío que afrontar, una nueva decisión que tomar. Es un círculo vicioso que no podemos romper de ningún modo. El miedo, así, no se podrá disolver nunca a ningún precio a nuestro alcance. Sabemos de multitud de personas que darían gustosas todo lo que tienen -y más si les fuera posible- por erradicar su miedo y obtener la paz. ¡Y solo hay paz en Cristo!

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